Monday, April 01, 2024

Algoritmos

 

Imagen de Chen en Pixabay

[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de EiTB el 01.04.2024]

Matrix (1999), Ready Player One (2018), Blade Runner (1982), Yo, robot (2004), Terminator (1984), 2001: Una odisea del espacio (1968), entre otras muchas, son películas de ciencia ficción que han dado imagen, sonido y acción —y alas a la imaginación— en torno a la inteligencia artificial (IA), los cíborgs y humanoides, la realidad —virtual o aumentada—, las inquietantes distopías y las inciertas perspectivas de futuro de la humanidad tal como la conocemos.

Con la reciente puesta en escena de la IA generativa de texto, imagen, sonido y vídeo y su rápida difusión mediática, lo que parece es que se nos quiere hacer creer que toda esta innovación tecnológica ha surgido como por arte de magia, intervención esotérica, alienígena o metafísica o, incluso, evolucionando por sí misma como cualquier ser —micro o macroscópico— y acabará, autónoma e independientemente, dominando —o destruyendo— a la humanidad.

Creo que somos muchas las personas para quienes ni el arte del ilusionismo, a través de trucos, juegos y efectos disuasorios con apariencia real, ni los extraterrestres, las personas iniciadas o las divinidades, reales o ficticias, están influyendo, ni directa ni indirectamente, en esta evolución y, mucho menos, que sea ella quien lo haga por su cuenta. Como queda dicho por las fechas de las películas antes citadas, y los datos históricos de la ciencia, desde finales del siglo XIX y, sobre todo desde mediados del XX, la utilización de las máquinas para la realización de cálculos, resolución de problemas y búsqueda de mejores alternativas es un hecho.

Es ahora cuando reclama aquí su presencia el gran protagonista, del que tanto se habla, y a quien se señala como culpable de todas las presentes y futuras desgracias o se alaba como artífice de las victorias y éxitos relacionados: el algoritmo, los algoritmos.

¿Qué es un algoritmo informático? Un conjunto de instrucciones limitadas, definidas y ordenadas, cuyo objeto es la resolución de un problema, la realización de un cálculo o el desarrollo de una determinada tarea. Es decir, un algoritmo es un procedimiento ordenado paso por paso para conseguir exitosamente un fin previamente definido.

Esto me recuerda, como definición y estructura, otra cosa: una receta de cocina. Previos: se necesita aceite, una sartén, sal, espumadera, plato y un huevo —recalcular cantidades de aceite y sal según el número de huevos—. Calentar una cantidad suficiente en la sartén (algo menos de un dedo) y esperar a que coja buena temperatura sin que llegue a humear. Abrir el huevo con cuidado y deslizarlo cuidadosamente en la sartén lo más cerca posible del aceite. Dejar pasar unos tres minutos, extraer el huevo ya frito con la espumadera y ponerlo sobre el plato. Espolvorear una pequeña cantidad de sal sobre la yema y la clara.

El algoritmo de una red social recoge mis datos personales y almacena el número de veces que busco determinados datos o visito ciertos contenidos y por cuánto tiempo. Se pondrá a buscar otros similares y me los irá sirviendo poco a poco para satisfacer mis gustos o reforzar mis opiniones y posturas. Sazonará la mezcla con elementos de otras personas con gustos parecidos a los míos, para “enriquecer” mi acervo al respecto.

La receta, por sí misma, no hace nada. Si quien la escribe sustituye, por ejemplo, la sal por ricina convierte en letal una sencilla comida. El algoritmo, per se, tampoco hace nada. Todo depende de quién lo escriba. Y de para y por qué...

Como usuario, debo ser consciente de que los algoritmos han sido programados (escritos) por alguien que trabaja para una compañía, un sello comercial o una corriente ideológica, política o religiosa y que sus intereses y sesgos, camuflados tras la información —incluida en textos, imágenes, sonidos y vídeos—, podrían estar condicionándome para no contrastarlos con otras fuentes o para manipularme sutilmente y hacerme, sin apenas darme cuenta, ajustar mi conducta a sus intereses.