[He
publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de Eitb el 27.08.2018. Este Blog fue cerrado el 01/07/2024]
Perdón
por citarme a mí mismo, pero ya había tratado algo relacionado el pasado 16 de febrero
en Civismo:
educación y emociones. Hoy quiero gradecer a mi amigo Javier Rubio Mercado,
director de la Revista Ciudad Nueva, por la sugerencia
respecto del título que encabeza esta publicación.
Ayer
terminó la Semana Grande bilbaína (Aste
Nagusia) 2018. Nueve días de fiesta durante 24 horas diarias. Y digo 24
horas porque las cuatro personas – amigas y familiares - que habían pedido para
estos días cobijo en mi casa, sita en el corazón del Casco Viejo bilbaíno, han
seguido un horario fuera de cualquier control racional. Aún así, puedo dar fe
de que han resistido y sobrevivido el envite.
La
fiesta, y a su vez la villa, celebraba su cuadragésimo
aniversario. Recuerdo aquel agosto de 1978… Tenía 17 años y toda una vida por
vivir… Este 2018, con la participación
de un millón y medio de personas – 4,35 veces la población de Bilbao -, ha
habido una amplísima oferta lúdico festiva para todas las edades con una media diaria
de 30 actividades, actos, desfiles, danzas, conciertos, etc., completamente gratuitos,
desde las diez de la mañana hasta las tres de la madrugada siguiente. Durante
el día y la noche las Txosnas completaban los huecos dejados por la programación municipal. Según
los organizadores, ha sido un éxito, empañado desgraciadamente por cuatro
denuncias por tocamientos a mujeres y los consabidos hurtos de carteras, bolsos
y teléfonos tristemente inevitables en grandes concentraciones humanas.
Si
bien es cierto que a lo largo del día lo más incómodo era el gentío yendo y
viniendo, la noche traía un desagradable complemento. Resulta que este año el Ayuntamiento ha surtido el recinto festivo
con abundancia de contenedores de basura y urinarios de distintos modelos para
uso de todos los géneros imaginables. Sin embargo, el regreso nocturno a mi hogar
resultaba cada día un peregrinaje hostil sorteando ríos de fluidos diversos, cascos
de botellas de plástico o cristal, amén de bolsas, vasos, papeles, servilletas y
todo tipo de excrementos diversos. Junto a esto, he podido presenciar en las
calles anejas al Arenal (parque y muelle de la ribera de la ría de Bilbao junto
al Casco Viejo, cobijo y albergue del corazón de la fiesta) largas filas de jóvenes,
de todo género, en tiendas, comercios, monumentos y portales de viviendas aligerando
sus necesidades fisiológicas perentorias sin el menor rubor o recato. En muchos
casos, sin el más mínimo respeto ni
a su persona, ni a quienes estábamos en su entorno inmediato.
El perímetro
de este tipo de actuación se extendía también, aunque en menor medida, al otro
lado del Arenal, en la zona de Abando, en los aledaños de las plazas Circular y
Jardines de Albia. Esto es, un espacio con un diámetro total de unos mil metros.
La encomiable
actuación de los servicios de limpieza
del ayuntamiento conseguía que por la mañana todo apareciera limpio,
desinfectado y oliendo a limón. Sin embargo, el espectáculo nocturno ofrecido a
propios y ajenos resulta grotesco y repugnante. ¿Qué necesidad hay de hacer que
nuestro Arenal pase a ser un Orinal?