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[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de EiTB el 15.07.2022. Este Blog fue cerrado el 01/07/2024]
En
nuestra calidad de mamíferos superiores no podemos escapar, total y
afortunadamente, de nuestros instintos. Es decir, no podemos dejar de ser, mal
que nos pese, animales. ¡No queda otra que reconocerlo! Evolutivamente,
nuestros cerebros están programados, entre otras cosas, para la supervivencia, para defendernos y/o protegernos de los
posibles peligros que acechen nuestra vida o la de nuestra manada. Estamos
genéticamente programados/as para sospechar, percibir, reconocer o intuir lo
desconocido que podría hacernos daño o aniquilarnos individual o
colectivamente. Es por esto que tendemos más a percibir lo negativo y lo peligroso
que lo positivo.
Por este motivo el cerebro humano no es amigo de la incertidumbre. Necesitamos esa información para mantenernos a salvo. Nuestro cerebro lo sabe, y moviliza ciertos recursos para obtenerla. Quizás sea el motivo por el que tenemos esa necesidad imperiosa de pararnos con el coche ante un accidente de tráfico en el carril contrario. O ver el siguiente episodio de nuestra serie favorita cuando se queda en mitad de la acción. Saber nos calma y da seguridad (Cardell, 2020).
Vivimos en la era de Internet, en la de la información global, pero sin claros referentes informativos. La llamada democratización de la información escasea de fuentes fiables y excede de informantes de dudosa legitimidad. Si a esto sumamos nuestro instinto natural para la búsqueda de información preventiva, podemos caer en lo que se ha denominado el doomscrolling (del inglés doom = muerte, fatalidad, maldición, destino y scroll = desplazarse por las pantallas de los dispositivos informáticos) y que podríamos definir como la búsqueda obsesiva de información que nos dé certezas para prepararnos para la defensa en un mar de informaciones negativas e inciertas. Los algoritmos de las redes sociales hacen su trabajo y nos ceban de lo que más se ajuste a nuestras preferencias. Y, tarde o temprano, nuestros cerebros se colapsan. Quedamos atrapados en un bucle de ansiedad y depresión en el momento actual (Cardell, 2020). En este sentido el doomscrolling puede llegar a convertirse en una peligrosa adicción: la dependencia nociva de recibir malas noticias.
Una vez más, ser conscientes de lo que hacemos y sus consecuencias es el primer paso para tomar las medidas necesarias para conseguir una relación saludable con las nuevas tecnologías y ayudarnos a mantener un cierto equilibrio emocional.
Como dice el antiguo proverbio chino: Si las cosas tienen solución, ¿por qué preocuparse? Y si no la tienen, ¿por qué preocuparse?
Bibliografía
Torrecillas Rivera, Eduardo (2015, 16 de noviembre) ¿Son las emociones negativas tan malas como parecen? Recuperado de https://psicologiaymente.com/psicologia/emociones-negativas-malas-como-parecen