Monday, February 05, 2007

Escrito del 08/09/2002

8/09/02 1:00

Digamos que el arte contemporáneo, sobre todo en lo tocante a la arquitectura o escultura, y pese a grandísimos exponentes de reconocido prestigio internacional, a mí, personalmente, me dejaba un tanto perplejo. Siempre he querido encontrar explicaciones a lo que me rodeaba, no siempre encontrándolas, y el esfuerzo por intentar entender la interpretación de lo que los autores decían que eran sus obras causó en mí tal agotamiento que finalmente decidí simplemente observarlas y dejar que mi estado de ánimo decidiese si me encontraba cómodo frente a lo que veía o no.

Fue así que me llegó la noticia de que Bilbao iba a albergar en su seno un museo construido por Frank Gheri y que pertenecía a la fundación Guggenheim. Ciertamente me pareció interesante, y apasionante, constatar que las fuerzas vivas de la ciudad apostaban por una transformación radical de la villa y jugaban muy fuerte. Por un lado, suponía un riesgo al estrepitoso descalabro de la economía y del mercado laboral, suficientemente depauperado ya de por sí tras el cierre de las viejas industrias tradicionales de la ría del Nervión. Por otro, ¿sería ésta quizás la vía para empezar a atisbar un poco de luz en el oscuro túnel en el que nos encontrábamos?

Tras la preparación de los terrenos donde se iba a asentar el edificio, se presentó oficialmente la maqueta del museo. La curiosidad y deseo de participar e implicarse en la vida de su villa hizo que un gran número de ciudadanos y ciudadanas se acercara hasta las salas del Ayuntamiento donde se exponía el proyecto de Abandoibarra.

He de reconocer que, aun siendo una maqueta, mi subconsciente reaccionó buscando a mi estado de ánimo para preguntarle si me sentía o no cómodo frente a lo que estaba viendo… y no lo encontró. Sinceramente me esperaba otra cosa. Cabía la posibilidad de que ya hubiera empezado, de verdad, a hacerme viejo y, por tanto, la incomprensión del arte contemporáneo no residía en la actuación de los artistas, sino en mi profunda ignorancia y falta de sensibilidad artístico-contemporánea.

Con los desquiciantes quehaceres cotidianos olvidé aquella experiencia… y las obras de construcción comenzaron: movimiento de camiones, excavadoras, obreros yendo y viniendo,… Todo presagiaba que la construcción seguiría adelante me pusiera como me pusiera.

Y como pasa todo en la vida: cuando quise darme cuenta ya habían pasado muchas cosas en aquel solar. Enfrente de mi incrédula presencia se levantaba un inmenso monstruo metálico de color gris, para más recochineo, con un tejadillo más oscuro que asomaba por su parte trasera… Tubos, vigas… ¿Y es esto lo que va a servir de foco de atracción?

Imagino que si pudiera ver cada día el esqueleto de mi mujer (o ella el mío) saldría corriendo y no pararía hasta caer extenuado. La estructura interna, con cada una de sus partes y conexiones, el espacio que ocupa el vacío entre las estructuras, la rigidez y frialdad de las piezas de este rompecabezas queda siempre velada por la maravillosa forma de las curvas, por la exhuberancia de las formas, por la delicadeza (exhuberante) del conjunto, por el movimiento delicado que le da su identidad… Hablo del museo.

Debería estar prohibido dejar ver una obra de arte hasta que no estuviera terminada. ¿No fue acaso Miguel Ángel quien impidió la entrada al mismo Papa a la Capilla Sixtina hasta que no hubo terminado sus frescos?

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