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Foto: J.C.D.Ametxazurra. San Luis de los Franceses, Sevilla. |
[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia
Emocional de Eitb el 03.05.2019. Este Blog fue cerrado el 01/07/2024]
Hicimos
el viaje en tren. Eran algo menos de 900 los kilómetros a recorrer y decidimos que
ese era el medio de transporte que mejor aunaba la calidad del viaje y su
coste. Tampoco teníamos ninguna prisa. Sí la tuvimos mientras corríamos a la
estación para no perderlo. El traqueteo del trolley,
volando literalmente sobre la acera, resonaba en todas y cada una de las
fachadas de las vacías calles de la recién estrenada mañana sabatina. Mientras
tanto, acelerábamos el paso saltándonos algún semáforo y dando algún resoplido
– al menos yo. Nos sentamos en nuestros asientos tras acomodar los bultos y en
menos de un minuto el convoy se puso en marcha. Dormimos, disfrutamos del
paisaje, charlamos, leímos, trasteamos varias veces con nuestros teléfonos
inteligentes – cada uno con el suyo -, paseamos por el vagón alguna que otra
vez, reímos casi a escondidas cuando algo (o alguien) nos llamaba la atención o
nos hacíamos algún comentario ingenioso y socarrón… ¡Somos así de simples! Nos
gusta disfrutar de las pequeñas cosas y de nuestra compañía.
Entre
trayectos y transbordos, después de nueve horas y media, allí estaba Cristóbal
en la estación de Santa Justa con su espléndida sonrisa y su abrazo delicado.
Nos llevó a su casa que desde ese momento fue la nuestra. Para desentumecer un
poco las piernas, nos invitó a dar un paseo.
Fuimos
pueblo arriba, despacio, hasta que de pronto apareció una loma arbolada y verde
y, a sus pies, una cañada. Corría una brisa para mí desconocida por esas
latitudes, fuerte a veces, cuando repentinamente una nube de palomas de colores
pasó junto a nosotros. Eran palomos que perseguían a una paloma que, al posarse
en una rama de la copa de uno de los árboles del cerro, hacía que todos
detuvieran el vuelo en seco para teñir ramas leñosas y hojas verdes de mil
colores… Cuando volvía la paloma a alzar el vuelo, tras ella salía un tumulto
multicolor que al cabo de unos minutos de subidas, bajadas y vuelos rasantes,
colonizaba un nuevo árbol siempre escudriñados por sus palomeros.
Las
gigantes chumberas, con verdes brotes sobre los oscuros y aparentemente secos
brazos fantasmagóricos, recuperándose de una larga enfermedad, cercaban el
campo e indicaban el camino de la cima del cerro de Santa Brígida, desde donde
majestuosa se veía descansar la ciudad que en otros tiempos fue puerto de mar
(a 80 km de él) y por donde pasaron turdetanos, tartesios, fenicios,
cartagineses, romanos, vándalos, suevos, visigodos, cristianos, musulmanes y
judíos… Todo lo que veíamos en 360º estaba lleno de historia, de historias que
Cristóbal iba desgranando con igual pasión que comedimiento.
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Foto: A. Echaniz. Dehesa de Abajo, Sevilla. |
La
mañana siguiente nos llevó hasta la Dehesa de Abajo, circundada por unos
inmensos, casi infinitos, arrozales. No recordábamos tanta belleza junta: árboles,
plantas, flores, aves de distintas, muchas, familias y, sobre todo, cigüeñas...
Tras degustar un delicioso arroz con pato en la Venta El Cruce quisimos acompañar a Cristóbal a visitar a Juan, su
padre.
Juan
esperaba charlando con un amigo nuestra llegada en la cafetería de la
residencia del barrio de Triana donde vive desde hace once años. En cuanto
llegamos, pidió disculpas a su acompañante, se incorporó y, apoyado en su
andador, nos condujo a un salón donde pudiéramos estar más tranquilos. Hombre
de mirada transparente, mente lúcida y discurso picaruelo y juguetón, nos contó
con todo lujo de detalles su visita a Bilbao como viajante años atrás, la
pensión donde se alojaba en el Casco Viejo… Antes de despedirnos, mientras nos
acompañaba hasta la puerta recordó: Eskerrik asko! ¿Se dice así, verdad? ¡En Bilbau!
Reímos
los cuatro como niños.
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Foto: A.Echaniz. Parque de María Luisa, Sevilla. |
Una
visita rápida a Triana mientras nos acercábamos al parque de María Luisa,
contiguo a la Plaza de España. En una de las escaleras de acceso al edificio
principal de la exposición Iberoamericana de 1929, un cantaor rasgaba los
acordes de su guitarra mientras acompañaban su voz y a cierta distancia, dos
bailaoras hacían las delicias de unos turistas japoneses.
Jesús
nos esperaba el lunes por la mañana en la esquina de Adriano con Antonia Díaz para
visitar el Alcázar. Granadino de origen, no hay en Sevilla mejor guía y
consejero. Callejeando nos contaba detalles, y nos enseñaba rincones, que pocos
conocen como él. Al día siguiente nos llevó por la Catedral y la víspera de
nuestra partida desde la Macarena, junto a la Muralla, hasta la Plaza de la
Encarnación pasando por San Luis de los Franceses y el Mercado de Feria, donde
no podíamos no probar los chicharrones. En la Plaza de la Encarnación o de las setas (Metropol Parasol), volamos
sobre Sevilla literalmente desde el Mirador. Bajo nuestros pies, en lo que
hubiera sido un parking urbano, el Antiquarium acoge una inmensa exposición
de ruinas romanas.
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Foto: A. Echaniz. Anfiteatro, Itálica, Sevilla. |
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Foto: J.C.D.Ametxazurra. Venus, Itálica, Sevilla. |
Ruinas
también las que encontramos en Itálica: la ciudad diseñada para el descanso y
disfrute de los ricos romanos, sin ningún tipo de privación.
El
miércoles cambió el tiempo. Bajó el termómetro, llovió y estaba ventoso. Mañana de
descanso. Por la tarde, callejeamos solos por el Barrio de Santa Cruz, sin
perdernos.
Cada
noche, nuestros amigos habían organizado la agenda para cenar: el lunes en casa
de Cecilia y Alberto, el martes en casa de Toni y su comunidad, el miércoles en
el trianero restaurante Blanca Paloma
y el jueves en casa de María José y Jesús. Se unieron en distintos momentos David,
Miguel, Nacho, Serapio, Fabio, Paco, Isabel, Rocío, una de las hijas de Jesús y María
José, y los cuatro hijos de Cecilia y Alberto. José Andrés tuvo que estar junto a su padre, delicado de salud esos días.
Esa
tarde, volvimos a Triana para despedirnos de Juan, que, cuando llegamos a la
residencia, jugaba al dominó con tres compañeros. Presenciamos los últimos
momentos de la partida. El jugador de su izquierda dudaba si podía poner alguna
de sus dos fichas, a lo que Juan le dijo: ¡No puedes! Volvió a repetírselo con
algo de impaciencia y, cuando finalmente pasó, Juan colocando su última ficha
dijo: ¡Cierro!
- No
saben jugar al dominó. Son ponedores de fichas… Nos decía mientras nos
acercábamos al salón del primer día.
¿Dónde
hay que firmar para estar así a los 99?
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Foto: A. Echaniz. San Luis de los Franceses,
Sevilla. |
El
viernes Toni cambió su turno de trabajo para poder recogernos y llevarnos a la
estación por la mañana.
De
vuelta, en el transbordo madrileño, Javier se dio un salto desde Las Matas hasta
Chamartín para compartir una hora con nosotros, además de un café…
La inmensa
mayoría de los nombres mencionados en este escrito pertenece a personas
que hace
unos cuarenta años que nos conocemos. No podemos menos que darles a todas y
cada una de ellas un gracias de corazón.
Hogar
no es un lugar con paredes ricamente decoradas, ni bellos muebles en ambientes
acogedores. Ni siquiera platos calientes de suculentos manjares. Son corazones
que, vibrando, hacen resonar los corazones cercanos; viviendo, dan y reciben vida.
No atesoréis para vosotros tesoros en la
tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren
boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni
carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está
tu tesoro, allí estará tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo
está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; pero si tu ojo está enfermo, tu cuerpo
entero estará a oscuras. Si, pues, la luz que hay en ti está oscura, ¡cuánta
será la oscuridad! (Mt. 6, 19-23)