500 años de la conversión de San Ignacio de Loyola
20 de mayo de 1521. La fortaleza de la ciudadela pamplonica estaba sitiada por los franceses. El alcaide, analizada la situación, decide entregarla. Un aguerrido caballero vasco de 26 años le convence de lo contrario y, finalmente, aunque los otros caballeros no están del todo persuadidos, hacen frente al enemigo y continúan con la defensa. Tras un buen rato de batalla, un cañonazo galo acierta de pleno en la pierna derecha del vasco hiriéndole también la otra. Producida esta baja la fortaleza se rinde. El tozudo guerrero vasco es Iñigo de Loyola (Iñigo cambiará su nombre a Ignacio entre 1537 y 1542).
El herido es bien atendido por los vencedores y, después de casi dos semanas en Pamplona, lo trasladan hasta su casa natal: la casa solar de Loyola, cerca de Azpeitia. Una vez allí, atendidas sus heridas, su salud se deteriora peligrosa y rápidamente, temiendo todos por su vida. Ya desahuciado el 28 de junio por la mañana, a media noche y de forma repentina comienza su recuperación.
Joven de raíces enlazadas con la nobleza guipuzcoana y vizcaína, dado a las vanidades del mundo que principalmente se deleitaba en ejercicio de armas con un grande y vano deseo de ganar honra¹, con un pasado más bien relajado y licencioso y amante de las novelas de caballerías, durante su convalecencia, no pudiendo tenerse en pie, pide a los suyos sus lecturas favoritas para pasar el tiempo. No habiendo tales libros en la casa, le dieron un Vita Christi y un libro de la vida de los santos en romance.
Empezó a aficionarse a las historias que en ellos se narraban, aunque sus pensamientos iban alternándose entre lo que acababa de leer y su vida pasada. Sobre todo, una que tenía tanto poseído su corazón, que se estaba luego en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella estaba, los motes, las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio. Y estaba con esto tan envanecido, que no miraba cuán imposible era poderlo alcanzar; porque la señora no era de vulgar nobleza: no condesa, ni duquesa, mas era su estado más alto que ninguno destas.
En estos ejercicios de introspección fue percibiendo que mientras pensaba en lo mundano, se deleitaba mucho; mas cuando después de cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento. Por el contrario, reflexionando sobre la vida de Jesús y la de los santos, no solamente se consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejado, quedaba contento y alegre… No solo, sino que, además, crecía en él el deseo de vivir como ellos.
Una noche, estando despierto, vio claramente una imagen de nuestra Señora con el santo Niño Jesús, con cuya vista por espacio notable recibió consolación muy excesiva, y quedó con tanto asco de toda la vida pasada, y especialmente de cosas de carne, que le parecía habérsele quitado del ánima todas las especies que antes tenía en ella pintadas.
Con el deseo de hacernos descubrir que la Ignaciana es una espiritualidad para la renovación del mundo, tanto la Universidad de Deusto como la Provincia de España de la Compañía de Jesús han preparado programas y actividades en los que podemos participar y que pueden consultarse a través de los enlaces:
Universidad de Deusto: https://www.deusto.es/cs/Satellite/estudios/es/ignaciano
Provincia de España: https://ignatius500.org/es/
Internacional: https://ignatius500.global/
El P. General de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa SJ, nos convoca en este Año Ignaciano a seguir su lema, Ver nuevas todas las cosas en Cristo, para alcanzar nuestra propia conversión que nos oriente la vida a Dios y al prójimo, porque Dios nos convoca a salir al mundo junto con otros.
¹ Los textos en cursiva se corresponden con citas de la edición de Josep María Rambla Blanch SJ de la obra El Peregrino: Autobiografía de Ignacio de Loyola, Ediciones Mensajero, Bilbao 2016,17-22 [N.A. J.C.D.A.].
El Año Ignaciano coincide con un momento especialmente crítico del mundo contemporáneo. Todo indica que la pandemia vírica que aún estamos cruzando es señal evidente de que nos abocamos a una transformación de dimensiones inciertas. Las cosas no pueden seguir siendo iguales a como las dejamos antes de haber experimentado la Covid-19. La enfermedad tiene la forma de una herida global y mortífera, cuyo dolor nos está haciendo comprender una humanidad nueva. En el aire se respira la urgencia de que demos saltos de consciencia, pero para que sean finalmente auténticos saltos de conciencia.
El Año Ignaciano puede ser un grano de arena en la ambientación y la inspiración de un cambio como el que imaginamos. La Compañía de Jesús entresaca de la biografía de su fundador, san Ignacio de Loyola, aquel momento tan decisivo de su vida en que se sumerge en una frustración sin precedentes. Si la Iglesia reconoce santidad en él, es por el salto cualitativo de consciencia y conciencia que protagoniza en ese trance. También fue una herida, de guerra esta vez, la que activa un proceso personal de transformación.
En realidad, aquella conversión es prototipo de otras que sucederán después, individuales y colectivas. Por eso, nos interesa tanto recordarla. Quien fuera un convencido de las lógicas del poder y la fuerza pasó a ser un testigo de lo contrario, de la otra lógica que san Ignacio vio en la existencia de Jesús de Nazaret. De hecho, su sueño colectivo se llamará “Compañía de Jesús”. No hay otros liderazgos más válidos, ni otras visiones de futuro más plausibles, ni otras estrategias mejores de resolución de conflictos.
¿Y si nuestro mundo pospandémico se detuviera en sus heridas, renunciara a evadirse de su responsabilidad en ellas, se pusiera a pergeñar una agenda de cambio que afrontara la fragilidad amenazada del planeta y proyectara soluciones colectivas y fraternas? Eso fue lo que hizo san Ignacio en su proporción, en sus circunstancias y en su contexto. Y, por eso, celebramos el Año Ignaciano: para que aquella dinámica continúe y no se detenga.
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