[He publicado esta entrada en el el Blog de Inteligencia Emocional de EiTB el 26.11.2021. Este Blog fue cerrado el 01/07/2024]
Desde las vacaciones de verano estos casi tres meses han volado. Pero ha sido un vuelo rasante... De esos que ponen los pelos de punta y hay que sujetarse el sombrero, el paraguas y la gabardina y agarrarse a algo para no saltar por los aires. Tenemos la gran suerte de tener un trabajo, pero algunas veces –y esta ha sido una de ellas– la intensidad, tensión y complejidad del mismo ha acabado minando nuestra salud física y mental.El cambio de estación no se notó, alargándose en un interminable y caluroso veroño, y después, de forma fulminante y súbita nos cayó el otoño que, como tal, ha debido durar una semana –como mucho– permitiendo que el invierno se colara a escondidas y corriendo...
La cansina compañera de viaje en este último tiempo, la Covid-19, no sólo no ha desaparecido, sino que, aunque parecía que en algunos países había retrocedido –y el nuestro era uno de ellos-, da la sensación de que lo hizo para tomar un nuevo impulso.
En esta tesitura, decidimos que debíamos parar al menos un par de días. Buscamos una Casa Rural en el valle de Arratia, a unos 35 km de Bilbao –esto es, al lado de casa-. El tiempo se puso de nuestro lado y, aunque pre invernal en cuanto al termómetro, estuvo despejado el viernes y el sábado. Domingo, como no, lluvioso ¡que estamos en Bizkaia! Cuando llegamos a nuestra habitación, a la luz de una espectacular luna llena, pudimos ver desde el ventanuco al majestuoso monte Gorbeia.
El sábado por la mañana nos acercamos a Zeanuri para hacer una de las rutas de la zona: la del embalse de Undurraga -infraestructura cuya titularidad ostenta el Consorcio de Aguas del Gran Bilbao-. Seguramente una de las más sencillas y, sin duda, tan bella como las demás. Caminamos con calma, sin prisa, deteniéndonos para contemplar cualquier cosa que llamara nuestra atención –pequeñas cascadas, árboles, hojas caídas, musgo, setas, piedras, senderos y puentecillos, caseríos, vacas y caballos, un antiguo molino- entre la margen izquierda del río Arratia y los pies del Gorbeia. Más de tres km de subida y otros tantos de bajada. Llama la atención cómo se compagina armónicamente la artificialidad de la presa con el esplendor de la naturaleza circundante.
El domingo, envueltos en la niebla y rociados por el sirimiri, nos llegamos hasta el santuario de Urkiola y su espectacular entorno de hayedos de troncos semidesnudos tejiendo alfombras con sus hojas caídas sobre el intenso verdor a los pies de las encinas.
Hacía mucho que no sentía el balsámico efecto reparador de este encuentro sereno y sin pretensiones con la naturaleza. ¡Habrá que hacerlo más a menudo!
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