Jaime se despertó temprano. La rodilla
derecha le molestaba y tenía entumecidos ambos tobillos. También la región
lumbar le hacía pensar que había dormido más de siete horas. Desde niño ese
dolor incómodo en la base de la espalda lo había despertado al cumplirse más o
menos las siete horas de sueño. Comenzó
su rutinario movimiento rotatorio de tobillos para desatascar las
articulaciones. Pie izquierdo hacia la izquierda. Pie derecho hacia la derecha.
Tres veces así y otras tantas en sentido inverso. Tendría que plantearse de una
vez empezar a practicar algún deporte… Y pensar en dejar de fumar… Y no tomarse
sus dos whiskies diarios, a veces cuatro…
Al sentarse en la cama vio su imagen
en el espejo del armario de enfrente. Le sonrió y le deseó buenos días. Al fondo, tras ella se veían la cama
deshecha, las mesillas de noche, la cajonera y la lámpara que colgaba del techo
abuhardillado. En la pared, la ventana dejaba pasar la tenue y tímida claridad
del amanecer. La figura sedente, inmóvil, en silencio, parecía esperar algo.
Jaime decidió incorporarse. Tenía que
ir al baño y prepararse el desayuno. De forma mecánica dirigió sus pasos al
baño contiguo a la habitación principal. Se miró al espejo del lavabo e intentó
enderezar los rizos que abultaban los lados de su cabeza, justo sobre las
orejas. Todo en vano. Tendría que pensar ya en cortarse el pelo…
Cuando se disponía a ir a la cocina,
echó una mirada al espejo frente a la cama y se quedó helado. Dejó de sentir el
molesto dolor de los tobillos que le obligaba a dar los primeros pasos del día
apoyando los pies sobre su lateral exterior, arqueando las plantas como si
fuera un simio dispuesto a iniciar la trepa de un tronco. De pronto, todo el
aletargamiento que acompañaba esos tempranos momentos de cada día, todos los
días, desapareció súbitamente. Las plantas de sus pies se apoyaron completamente en el suelo y
ni siquiera percibió el cambio de temperatura. Allí, sedente, inmóvil, en
silencio, como esperando algo, seguía su imagen…
Cerró con fuerza los ojos y los volvió
a abrir. Apoyó su mano derecha en la columna de madera de roble que sujetaba la
viga del techo, junto a la puerta del cuarto, y permaneció también él en
silencio, inmóvil… contemplando su imagen hierática…
Sin saber muy bien por qué, se
apresuró a salir y llegar hasta la cocina. Seguía sin dar crédito
a lo visto y pensó que entre el sueño, la hora, la falta de luz, su habitual
lentitud de reacción a esas horas del día y… ¿qué había hecho la noche anterior?
No, no había bebido nada. Había estado de limpieza doméstica y se fue a dormir
tras terminar la película de las diez. Pensó pues que habría sido su
imaginación la que le había jugado una mala pasada.
De cuando en cuando miraba su
habitación desde la puerta de la cocina. La cama estaba vacía, deshecha. El
edredón medio caído en el suelo. Aun así, no se atrevía a entrar. ¿Y si aquella
imagen siguiera allí? ¿Y si de pronto quisiera decirle algo, o hacerle algo?
Encendió un cigarrillo. Como tantas
veces se quedó contemplando el humo gris azulado que ascendía dibujando fantasmagóricas ondulaciones silenciosas.
Llevaba tiempo pensando en dejar de
fumar. Pensando en dejar de beber. Pensando que tenía que adelgazar. Pensando
en dejar de pensar. ¿Qué había pasado con su vida? De la noche a la mañana todo
había desaparecido. Como la esplendorosa copa del haya que se desvanece en
naranja y rojo manto a los pies del camino al llegar el otoño, así sentía Jaime
la desnudez de su trayectoria vital.
Le quedaba por vivir menos de lo que
ya había vivido, y la mitad de aquel trayecto por el que nunca se puede volver
se había volatilizado. Ilusiones, desvelos, risas y llantos, entrega, pasión,
dolor… vida dada, ahora no eran más que humus del hayedo, hojas secas y
muertas, esperando la putrefacción.
Dio una calada al cigarrillo. Estas
digresiones eran normales en él. Su mente tenía vida propia, no descansaba. Ni
siquiera mientras dormía. Una noche soñó que el médico le recomendaba hacer
ejercicios de flexión de piernas – sentadillas
- y al día siguiente comenzó a hacer motu
proprio series de veinte flexiones varias veces al día. En cualquier caso,
mal no le iban a hacer.
Apagó con calma la colilla. Resolvió
volver a la habitación. Encendió la luz. Entró dando la espalda al espejo.
Aguardó unos instantes y se giró. Solo vio su imagen erguida. La cama vacía.
Solos los dos: él y su reflejo en el espejo. La esfinge sedente, inmóvil,
silenciosa, parecía haber decidido ponerse en pie y desaparecer…
14/10/2017: 5 años, 5 meses, 11 días
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