[He publicado esta entrada en el Blog de Inteligencia Emocional de EiTB el 05/06/2020. Este Blog fue cerrado el 01/07/2024]
Lamento utilizar esta expresión, pero hoy no tengo nada para farolillos... Llevamos, al menos en Euskadi, al igual que en el resto del Reino de España, más o menos paralizados desde el 14 de marzo de 2020. Ochentaitantos días... Hace unos pocos, Arantza, mi mujer, me preguntaba: ¿de qué vas a hablar en tu post?
- Creo que esta vez va a ser algo intimista... - respondí.
Sencillamente por constatar que soy - eso intento - una persona corriente... Una más...
En otras ocasiones ya he dicho que pienso que el miedo no es buen consejero. Sin embargo, debo reconocer que lo he sentido. ¡Sí! Y sigo sintiéndolo... A finales de mayo llegué a los 59 [cuarenta y todos en euskara, lengua generosa en la que, hasta los sesenta, uno sigue teniendo cuarentaitantos... Berrogeita hemeretzi (cuarenta y diecinueve). Una ilusión cognitiva]. El miedo a lo desconocido, a lo invisible, es tan irracional como esa ilusión. ¿Y qué más invisible y desconocido que un virus? ¿Qué puede hacernos más vulnerables e indefensos que un peligro microscópico que no sabemos cómo combatir? Sentir el frío filo de nuestra fragilidad...
He sentido vergüenza,
mucha vergüenza. Por el uso torticero que algunas y algunos políticos
han hecho de las víctimas, por querer desviar nuestra atención
enfangándose en extemporáneas, innecesarias y vomitivas discusiones fuera de lugar y de tono... ¡Señorías: su electorado, hoy, no tiene nada para farolillos...!
Vergüenza también por la irresponsabilidad de unos pocos conciudadanos que menosprecian con sus actitudes y acciones tantos esfuerzos de profesionales y del resto de la ciudadanía por salir de esta, poniéndonos nuevamente en riesgo a todas y a todos... ¿No os dais cuenta, idiotas, de que no tenemos nada para farolillos...?
He sentido dolor y rabia por tantas y tantos que siguen bajo la lluvia de los bombardeos, teniendo que abandonar hogares y tierras, por quienes no tienen nada que llevarse a la boca, por los recluidos en campos de refugiados de por vida, por quienes siguen sufriendo enfermedades que por muy poco podrían ser erradicadas... Y ahora, además, les cae encima esta pandemia... Más cerca de nosotros, por quienes han perdido a los suyos por la enfermedad y por quienes han perdido su trabajo. ¿Puede alguien pensar que tengan algo para farolillos?
En medio del miedo, descubro que soy una persona más que afortunada: hasta el momento, he esquivado al bicho y mantenido mi trabajo, al igual que todas mis personas más cercanas...
En medio de la vergüenza, descubro que yo, cada una, cada uno, somos imprescindibles en la asunción de responsabilidades y en la obligación de seguir adelante a pesar de los parásitos - psicópatas integrados como los denomina el Dr. Iñaki Piñuel - depredadores intraespecie...
En medio del dolor y la rabia, descubro también que yo, cada una, cada uno, podemos, por poco que sea, hacer algo.
Si has llegado hasta aquí, además de darte las gracias, querida lectora, querido lector, puedo inferir que tenemos mucho en común...
Permíteme una confidencia. Hace unos días, escuchaba a dos periodistas de referencia, Javier del Pino y Juan José Millás, en un programa de radio con mucha repercusión mediática, interpelados por el mensaje respetuoso y educadamente formulado de un oyente, en el que les planteaba que él había hecho su parte actualizando y desempolvando sus creencias y prácticas religiosas y les invitaba a hacer lo propio con las suyas, más bien opuestas. Ellos reconocían públicamente que les había hecho reflexionar en cuanto a que, ciertamente, tendrían que revisar y actualizar su ateísmo (o agnosticismo), quizás anclado en un pasado lejano y desfasado.
Durante el confinamiento se ha criticado, al menos en este país, a la Iglesia (Católica) por su aparente ausencia, por su silencio en estos meses. Como cristiano católico practicante, he de confesar que yo también, como el oyente citado, he intentado renovar y actualizar mi religiosidad y mi visión respecto de la economía, mi implicación real y efectiva, según mis posibilidades, para corresponsabilizarme en la reducción de la pobreza, de la igualdad de géneros y de la aceptación de opiniones - y opciones - distintas a las mías, de la espiritualidad colectiva e individual y sus variedades, de la ecología, el cuidado y respeto por el único planeta que ahora tenemos y en el que vivimos, del concepto de sociedad, belleza, arte... De la lucha por la paz. De qué se considera veraz y qué puede ser mentira intencionada y de incrementar, mediante el estudio y la lectura plurales, el acercamiento a mi objetividad subjetiva informada, abierta al contraste y al diálogo respetuoso con otras objetividades subjetivas informadas... De aprender a hacer uso de los medios de comunicación y de las redes sociales para intentar transmitir positividad y rigor en mis opiniones, pensando más en el juntos/as todas y todos que en el Virgencita que me quede como estoy, ¡que ganen los míos!... Me consta que muchas otras personas correligionarias han hecho, están haciendo, este mismo camino y se han puesto manos a la obra para hacer realidad la regla de oro: haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti. Quizás no seamos, lamentablemente, todas y todos. La Iglesia no es solamente su jerarquía. Y lo es solamente si sus miembros están junto a ella. Y todo esto, muchas veces, en silencio y sin descanso.
En silencio y sin descanso, como tantas otras personas fieles de otras confesiones o con creencias no religiosas, preocupadas por - e implicadas en - la economía y la erradicación de la pobreza, la inclusión, la igualdad, la paz, la interioridad, el respeto por la naturaleza, el arte, la cultura, la diversidad, la tolerancia, la verdad, el diálogo respetuoso, la positividad, coherencia e integridad de los medios de transmisión de la información, la conciencia de que o vamos juntas o no podremos salir de esto...
Si los fines son los mismos, ¿no sería más sensato ir de la mano en la misma dirección, con independencia de los motivos que impulsen nuestros pasos?
Será importante que no olvidemos que en este momento, más que nunca en la historia, el futuro depende de cada una, de cada uno... ¡Y esas personas somos tú y yo! Y esta vez no podemos dejarlo para otro momento...
[Adaptación publicada en Hablando de..., Ciudad Nueva, diciembre 2020, p.28]
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